Vacaflor
Luchas de la prensa
Sin estridencia y por naturaleza silencioso, el periodismo digital está ganando un espacio abrumador en todo el mundo. Ese fenómeno es más rápido en algunos países que en otros, pero el rumbo es claro: el universo informativo que conocimos hace pocos años experimenta una mutación radical. Es inútil desconocer que las personas que tienen una pantalla celular en las manos se informan más por los medios digitales que por el papel impreso o la radio y la TV. La primera versión de un acontecimiento suele estar en las pantallas de los celulares con más detalle y amplitud que los medios impresos son capaces de ofrecer. Es la diferencia entre la navegación fluvial y la supersónica o entre los 70 días que llevó la travesía de Colón y los siete minutos de un cohete transcontinental.
En su variante de costos, esta transformación es un respiro para la mayoría de los medios, ahora frente a una perniciosa forma de populismo que intenta imponer ¨verdades paralelas¨. Sumado a las apreturas económicas que los acosan, ha surgido con ímpetu estos años la presión autoritaria, incómoda con versiones diferentes y con frecuencia contrapuestas a la oficial. En Venezuela, hace años que El Nacional confirió a la noticia electrónica el liderazgo de sus informaciones, al igual que Tal Cual Digital de Teodoro Petkoff, el guerrillero que hace muchos años renunció a la asfixia socialista y se atrincheró en el periodismo para oponerse a las verdades únicas. Sin recursos para imprimir em papel, se volcó a la plataforma digital desde donde pudo eludir chantajes en la forma de tinta, papel y publicidad oficial. Medios como el de Petkoff, ahora retirado y limitado por achaques de la salud, se han vuelto refugio para periodistas defensores de la libre expresión.
Para muchos medios impresos, incluídos los que acogen esta columna, la información electrónica, por su volumen e inmediatez, es la mejor defensa de las libertades básicas -información y opinión- que los populismos intentan socavar. Las versiones electrónicas alcanzan a más personas que los medios tradicionales ahora obligados a reinventarse y ofrecer más y mejor calidad para sus lectores. Pregunten a Humberto Vacaflor, de la carta semanal Siglo XXI, sobre el alcance de su boletín editado en Tarija y les sorprenderá saber la geografía que transita. Esta realidad fue entendida hace tiempo por todos los gigantes de la información, obligados más que nunca a valorar cada centímetro de espacio y a buscar profundidad y detalles más vívidos y descriptivos que los ya traídos por las versiones digitales inmediatas. El tema es amplio y complejo y volveré a tratarlo.
Breve recuerdo de un libertario
Una crónica de
Luis González Quintanilla
El otro día, sin decir “agua va”, la Parca me echó un importante guadañazo. Imagino que ella, al cabo del mismo, cayó en cierto desconcierto, pues pude esquivarlo. Estaba en el lugar adecuado y en el momento preciso: haciendo un trámite burocrático en el hospital de la Caja, a sólo 20 metros de “urgencias”. El buen ojo del clínico y del cardiólogo hicieron que se aplicase de inmediato el protocolo adecuado; la eficiencia de la asistente social impulsó mi inmediato traslado a la clínica especializada.
No me tocó una moderna ambulancia del programa “Evo cumple”, para la transferencia. El vehículo dispuesto, seguramente, era un rezago de aquellos de la antigua República. La sirena funcionaba, pero yo, el infartado, tenía que cogerme con fuerza del borde de la camilla, mientras mi esposa me apretaba la cintura para evitar los botes. Llegué, por fin a la meta. Allí todo fue coser y cantar. El procedimiento de limpieza de la arteria no fue muy largo y el dolor desapareció paulatinamente.
Sin embargo, en la noche, en ese importante y antipático lugar llamado terapia intensiva, la mirada pegada al techo, impasible el ademán, y entre el duermevelas correspondiente, la mente fue fluyendo hacia a la imagen de un amigo recientemente fallecido, el insigne Liber Forti. Estuve pensando en él mucho rato. Rememoré cuando me acercaron al personaje dos de sus grandes y antiguos amigos, Juan Carlos, “Gato”, Salazar y Humberto Vacaflor, estupendos
colegas míos que habían conocido al maestro cuando ellos llevaban pantalones cortos, allá, en la bucólica Tupiza de comienzos de los 50. Liber Forti había llegado años antes a ese pueblo con sus padres, tratando de poner distancia con los malos aires autocráticos de su país natal, Argentina. De la familia, como su nombre lo indica, mamó su ser libertario y solidario y su rebosante talento.
Hace un par de años, Liber me contó pedazos de su primer viaje a España, tras las huellas de quien su heroísmo lo convertiría en míto de la guerra civil española, Buenaventura Durruti. Nuestro ácrata argentino-boliviano, hombre de vastísima cultura y de una memoria excepcional, me apuntó también pinceladas de su viaje de retorno en una narración gozosa de las que llevaban su sello. Un amigo poeta le confió una carta para su amada, que estaba en Quito. Le leyó la poesía allí escrita y le entregó el sobre. El viajero, después de esos largos días sobre el Atlántico, montado sobre un barco de carga, con escalas en La Habana, Panamá y otros puertos menores, extravió el sobre con parte de su equipaje. Llegó a Quito con el pánico de incumplir el mandato del amigo, lo cual podía haber dado fin al apasionado romance. Pero Liber escudriñó los recovecos de su excepcional memoria y reconstruyó –presumo que con algunas mejoras- los párrafos del poema, y así pudo repetirlos a la destinataria. Más asombroso aún: la anécdota me la refirió decenas de años después del hecho –incluyendo la bella poesía – en una de esas tardes donde el privilegio de oírlo siempre las convertían en muy cortas.
Momentos plenos por la magia que comunicaba con sus dichos. Con detalles de jornadas épicas del incorruptible sindicalismo boliviano de otros tiempos. Con recuerdos de su amistad con aquellos hombres de acero que dirigían por entonces el movimiento minero y la COB. Relatos de pedazos importantes e inéditos de nuestra historia de los que él ahuyentaba cualquier propio protagonismo. Notas discretas de su descomunal aporte al teatro boliviano… Y, sobre todo, de su transcurrir libertario por la vida que tanto amó.
Liber Forti mereció enormes homenajes. Su talante discreto le hizo objetar intentos de cumplirlos. Hábiles biógrafos se ofrecieron a escribir uno o varios libros sobre su intensa vida. El, siempre con agradecimiento y cariño, explicaba que no se veía biografiado. Menos mal que el amor y el talento de Gisella Derpic, su compañera, rescataron valiosas páginas de la vida del excepcional libertario.
Creo que las circunstancias del breve recuerdo que tuve de Liber consienten estas pocas líneas.