Rousseff

Tormenta venezolana

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Desde el 1 de septiembre, cuando los venezolanos se volcaron a las calles de Caracas para reclamar en paz su derecho a votar y decidir un cambio de gobierno, el país vecino está envuelto en una amenaza de tormenta de la que alejarse sin descargar tensiones luce como una hazaña sin paralelo en el hemisferio. El campo de maniobra para evitar un cataclismo tiende a encogerse cada día a medida que crecen las penurias de toda índole que agobian a la mayoría de los venezolanos, un tiempo considerados entre los pueblos más felices de América Latina.
A pesar de que el gobierno del Socialismo del Siglo XXI ganó casi todas las elecciones de los últimos tres lustros, el presidente Nicolás Maduro ostenta ahora una desaprobación que abarca a siete de cada 10 venezolanos. Cuánto tiempo más pueda durar esta anomalía es una apuesta de todos los días en el mundo diplomático continental.
Maduro no creyó que sus opositores, congregados en la Mesa de Unidad Democrática, serían capaces de atraer a un millón de venezolanos de todos los rincones de su país y plantearle un reto que no pueden ignorar ni él ni los que lo apoyan. Cuesta arriba, en franco desafío al poder del régimen (las purgas en cargos públicos son cada vez más frecuentes) los observadores independientes señalan que la de aquel día fue la mayor marcha callejera de la historia venezolana reciente.
Para el régimen nada mayúsculo parece haber ocurrido. La mayoría de los observadores coincide en que a menos que estén en curso movimientos de los que nadie parece tener noticia, Venezuela aún continúa en un callejón sin salida.
Perder las elecciones legislativas de diciembre pasado de la forma apabullante en que ocurrió podía haber hecho tambalear a cualquier régimen. La derrota legislativa de Maduro no ha disminuido de manera inmediata ni aparente el poder que ostenta. La Asamblea Legislativa tampoco ha logrado alterar la composición del Poder Judicial, al que las fuerzas opositoras identifican un pivote del régimen. El Tribunal Supremo de Justicia ha obstruido todas las medidas dictadas por los nuevos legisladores. Sin embargo, nadie dudaría en afirmar que la presencia de un Poder Legislativo con mayoría opositora abrumadora transformó el horizonte político del país y ha desgastado aún más al régimen obligándolo a redoblar esfuerzos para cuidarse en todos los flancos.
La pérdida de poder e influencia de Venezuela es visible en el campo internacional. Otrora indispensable en la arquitectura regional, el papel de Venezuela ha sufrido un eclipse progresivo. Su ingreso al Mercosur desde el norte sudamericano fue posible por las coincidencias ideológicas con la Argentina de Cristina Kirchner y el Brasil de Luiz Inacio Lula da Silva, a pesar de la oposición paraguaya. Con ambos ahora alejados del poder y con Dilma Rousseff, la sucesora de Lula, destituida por el congreso, Paraguay ahora parece devolver el golpe. Es el más férreo opositor a que Venezuela asuma la presidencia temporal del grupo (hasta diciembre). En una tentativa de reafirmarse, Venezuela asumió desde Caracas la presidencia del grupo, en un acto más simbólico que efectivo: Brasil y Argentina, los mayores del Mercosur, tienen la misma posición de Paraguay, pero sin estridencias. A juicio de un analista, es como querer dirigir un vehículo sin tener vehículo.
La disputa subraya también la decadencia del que se creyó que sería el eje integrador de las economías del continente y al que aspira sumarse Bolivia. (Se ignora si mantiene el interés, ahora que la brújula ideológica del grupo marca una dirección opuesta a la de la diplomacia boliviana.)
Incluso en el Caribe, donde durante gran parte del siglo pasado Venezuela ha buscado consolidar buenas relaciones para equilibrar la influencia de Guayana, con la que tiene una vieja disputa territorial, su presencia luce opacada por la declinación del factor petróleo.
Los astros que alumbraban a Nicolás Maduro se bambolean y nadie, incluso entre sus más fanáticos seguidores, cree que su régimen pueda escapar de la dinámica desatada el 1 de septiembre.

El mundo que no fue

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La destitución de Dilma Rousseff ha puesto fin a una era que durante 13 años representó las esperanzas de gran parte del mundo en desarrollo. El  ¨sin miedo de ser feliz¨ que presidió el destino del país más grande de América Latina acabó por decisión del senado que, con una mayoría abrumadora, la apartó por completo de la presidencia.

El fin del ciclo PT es un golpe fatal para las izquierdas del continente. Subraya un ocaso melancólico del Foro de Sao Paulo, las agrupaciones marxista-leninistas que intentaron revivir el experimento que durante más de siete décadas asfixió libertades y derechos en Rusia y el este  europeo. Brasil era la esmeralda de la corona para las esperanzas de instalar una versión socialista menos tiránica  que la de los gulags pero en muchos casos implacable en la persecución a la libre expresión y a la disidencia.

La alegría y optimismo naturales de los brasileños arroparon a Luiz Inacio Lula da Silva, en los años en que cundió el mantra de que un mundo nuevo sería posible con el PT. El ex líder metalúrgico ahora está en una senda capaz de llevarlo a la cárcel por enriquecimiento indebido. El mundo que anunciaban sus seguidores no llegó a ser.

El sueño que Rousseff encarnaba empezó a desvanecerse a partir de su reelección por margen mínimo seguida de una ola de descontento popular que sacudió al país con manifestaciones en la mayoría de los 5.400 municipios brasileños.

El nombre de ese descontento es recesión. Luego de años de crecimiento sostenido, a veces excepcionales, la economía se contrajo y el desempleo empezó a cundir. Para este año se pronostica una caída del 4.6% por ciento de su PIB, un fenómeno desconocido en casi dos décadas que mostró la cara fea del mundo que prometía el PT.

El desenlace reafirma que las economías no están blindadas y tumban gobiernos en cuanto situaciones de auge ceden por la ineficiencia o el dispendio. La conclusión de Bill Clinton al debatir con su adversario cuando era candidato presidencial, ¨es la economía, estúpido¨, tiene una notable confirmación. Después de encogerse este año, la economía brasileña podría recuperarse solo en 2018. Con el PIB en crecimiento, otra habría sido la suerte de la ahora ex mandataria.

La decisión de los senadores causó una perplejidad que llegó al embajador británico en Brasil, Alex Ellis, quien vía twitter pidió que le explicaran cómo una presidente podía ser apartada y conservar sus derechos políticos. Entre sarcástico y bienhumorado, un seguidor le dijo que los senadores la habían enjuiciado porque hubo un delito, pero como al enjuiciarla se vio que no lo hubo, se le mantuvieron los derechos políticos.

 

Soledad boliviana -II-

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N.R. Actualiza y ajusta versión anterior.

El momento en que el  senado de Brasil votó 61-20 para alejar de la presidencia a Dilma Rouseff fue también el del Embajador boliviano en el vecino país, José Kinn, para sentirse fuera de sus tareas diplomáticas por tiempo indefinido, lo mismo que sus colegas de Venezuela y Ecuador. En ruta diferente de la de los que hasta hace poco eran cofrades muy cercanos, no se supo que Cuba hubiese tomado una decisión semejante o que hubiese alterado sus relaciones con Brasil. Pese al significado de la actitud cubana, o quizá por esa razón, la señal fue recibida con indiferencia por sus aliados.

Horas antes de la decisión del senado, el presidente Evo Morales había anunciado que convocaría a su embajador si ocurría el alejamiento de la primera mujer presidente en el vecino país. Actuó en consecuencia.

Pese a la proximidad ideológica que el presidente Morales expresa hacia la ex mandataria, ésta nunca visitó Bolivia durante su ejercicio presidencial. Dilma Rousseff no echó al olvido la actitud del gobierno boliviano cuando dispuso que el ejército ocupase las instalaciones de Petrobras en 2006 sin que Brasil imaginase lo que ocurría. ¨Eso no se hace con un país amigo¨, reprochó a los pocos días Luiz Inacio Lula da Silva al presidente Morales en una reunión a la que también asistía el comandante Hugo Chávez, quien defendía al líder boliviano. Entonces, Lula era presidente y Rousseff presidía Petrobras.

El nuevo malestar de las relaciones bilaterales ocurre cuando está a la vuelta de la esquina la negociación por un nuevo contrato de venta de gas natural a  nuestro vecino. No es posible determinar todavía si el presidente Morales calibró la decisión delicada que tomaba. Se supone que su cuerpo de asesores lo hizo.

Respecto al de sus colegas de Venezuela y Ecuador, el paso boliviano es más sensible, dada la dependencia de la economía nacional del comercio con Brasil. El factor dominante no es solo el gas, sino la multitud de mercancías que Bolivia adquiere de su vecino. No es casualidad que, al cabo de años de gozar de un balance favorable, el valor del intercambio empieza a ser negativo para Bolivia. En valores, le compra más que lo que le vende, con el gas como factor dominante casi absoluto.

Una persistencia de la tendencia preanuncia problemas. El primero: cubrir la diferencia puede ser a costa de las reservas monetarias en el Banco Central, ahora en franco descenso. Una segunda observación es que nadie aconsejaría pelearse con el vecino con el que comparte la más extensa frontera sudamericana y un PIB cien veces mayor.

La crisis en curso es una de las mayores en el hemisferio. A diferencia de la comprensión amistosa que adoptaba el Brasil del PT de Lula y Dilma Rousseff, esta vez su canciller José Serra replicó de inmediato y también llamó de vuelta a sus embajadores en los tres países. Cuándo las relaciones de Brasil con sus vecinos podrán normalizarse es una especulación a largo plazo.

La decisión que deja en la cuerda floja las relaciones bilaterales sigue a otras que en estos años han llevado a la diplomacia boliviana a un ostracismo nada envidiable. De espaldas a Chile, las relaciones con todos los vecinos limítrofes están vidriosas. A Perú, el presidente no viajó para a la posesión del nuevo mandatario, Pedro Pablo Kuczynski. Jaime Paz Zamora le dijo que, de haber sido él, habría ido a Lima inclusive en camilla, dada la importancia de Perú, como hermano siamés de Bolivia, y en especial ahora, con la demanda marítima en La Haya y la necesidad de intensificar el uso del puerto libre que el país tiene en la costa peruana de Ilo. El Presidente Morales sí realizó viajes internos y a República Dominicana y Cuba. Con Argentina bajo Mauricio Macri las relaciones nunca fueron buenas. En días pasados empeoraron con sus críticas a la política económica de nuestro vecino que en materia de comercio es el segundo en importancia para Bolivia. Con Paraguay tampoco son cordiales.

Los límites de la capacidad boliviana para aislarse son centro de la atención preocupada de los diplomáticos nacionales. No es especular demasiado decir que ahora deben preguntarse cuál podrá ser el próximo paso.

Tribulaciones tempranas

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Fernando Henrique Cardoso solía decir que era inútil querer que su país se comportase como un tigre asiático pues su tamaño en todo sentido lo convertía en una ballena que no podía sino avanzar a ritmo cetáceo pero seguro. El juicio a Dilma Rousseff demoró más de un año en madurar, desde las elecciones de 2014 en las que Aécio Neves perdió por el margen más estrecho ocurrido en Brasil desde la restauración de la democracia al final de la década de 1980. Como en todas las victorias estrechas, al PSDB, la socialdemocracia en oposición, le quedó el sabor de una derrota sospechosa.  La cuña que frenó el que parecía un avance imparable del PT de Luiz Inacio Lula da Silva fue una socialista menuda pero de discurso vibrante y consecuente que venía de los parajes  remotos del Acre, cerca de la frontera con Bolivia: Marina Silva. Arrancó casi el 22% de los votos y privó tanto a Neves como a Rousseff de una victoria en primera vuelta.

Para entonces, era evidente que las aspiraciones de muchos brasileños de ver a la economía de su país crecer a paso de felino eran irreales. Cuando Dilma Rousseff juró por segunda vez al comenzar 2015, empezó a aplicar ajustes económicos que se creía serían los de la socialdemocracia. Y ¨la caja negra¨ de Petrobras, la empresa bandera de Brasil, empezaba a perfilarse como el origen de trampas que habían ayudado a que entrase en crisis justo cuando se aproximaba la tormenta que iba a hundir los precios del petróleo. Una porción importante del escándalo, se supo después, había ocurrido cuando la presidente estaba a cargo de Petrobras.

De ahí, el paso siguiente, el de su enjuiciamiento y separación temporal del cargo, fue solo  una consecuencia que se yergue como un dominó sobre sus sucesores. Michel Temer, el vicepresidente, asumió el 12 de mayo, hace menos de tres semanas, bajo  un inquietante telón de fondo: ¿Son hombres probos los legisladores que determinaron el enjuiciamiento de la presidenta a la que acusan de deshonestidad administrativa? Más de la mitad de los legisladores enfrenta acusaciones de corrupción.

La piedra más notable en el dominó desatado por el proceso que apartó a Rousseff cayó sobre el presidente de la Cámara de Diputados que aprobó el enjuiciamiento por mayoría abrumadora: Eduardo Cunha.

Locutor evangelista de la Asamblea de Dios, a quien el también enjuiciado ex presidente Fernando Collor de Mello (1989-1992) puso al mando de un conglomerado telecomunicaciones en Rio de Janeiro, Cunha fue apartado del cargo legislativo bajo acusación de lavado de dinero y corrupción pasiva que le formuló  el Procurador General  y que la Corte Suprema refrendó con una rara unanimidad de 10-0.

Temer enfrenta a su vez múltiples acusaciones que confirman el escepticismo brasileño en torno a sus líderes nacionales. Es probable, sin embargo, que consiga mantenerse en el timón de la mayor economía del continente hasta el final del mandato asignado a Dilma Rousseff,  el 1 de enero de 2019. Pronósticos de tormenta también amenazan al Presidente del Senado, Renán Calheiros,  investigado bajo sospechas de recibir sobornos.

Los críticos del proceso que ha apartado a Dilma Rousseff y su partido del mando de Brasil afirman que ha ocurrido un ¨golpe legislativo¨, pero con frecuencia ignoran las disposiciones constitucionales que avalan el alejamiento de la presidenta. Un colega muy bien informado menciona desde Brasil la ley de responsabilidad fiscal, que marca límites a los gastos públicos. Dice mi amigo: Las maniobras fiscales, las ¨pedaladas¨, término convertido al léxico común, empujaron el déficit público a 170.000 millones de reales, más de 50.000 millones de dólares el año pasado, casi cuatro veces las reservas que guarda el Banco Central de Bolivia.

Hasta 2013, había un amplio superávit. Solo esa cuenta explicaría gran parte del colapso de la economía brasileña. Aún más, no está clara la participación de la presidente suspendida en la compra de una refinería en California, que los críticos consideraron 100% innecesaria. ¨De este maremoto, dice mi amigo, es posible que no se salve ni el gobierno de Temer. Pero los líderes políticos y económicos del país preferirían Temer a lo incierto¨.

Como en la metáfora del expresidente Cardoso, la ballena desdeña rutas desconocidas y se mueve por rutas ciertas a su propio ritmo.

En la recta final

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El proceso para juzgar a la presidente de Brasil se desliza por un tobogán desde que el 17 de abril los diputados decidieron llevar adelante el juicio con una mayoría abrumadora superior a dos tercios. Esta semana que empieza los senadores deberán dar partida al capítulo final de un juicio llamado a repercutir entre sus vecinos como el mayor revés sufrido por los regímenes del Socialismo del Siglo XXI desde su alumbramiento a principios de siglo.

Mientras pocos dudan del desajuste político interno que acarrearía la decisión, aún no hay una cuantificación del efecto que eso puede tener en sus vecinos Venezuela y Bolivia.

Algunos rasgos, sin embargo, son notorios: El aislamiento de Nicolás Maduro en América del Sur tiende a ser total. Brasil ha adoptado una actitud comprensiva para la situación venezolana y ha evitado sumarse a los reproches a Venezuela en las ocasiones en que otros gobiernos condenaron a Maduro. En reuniones hemisféricas recientes, Brasil optó cuando menos por abstenerse cuando se abordaron temas que criticaban a su vecino y lo acusaban de irrespeto a los derechos humanos y políticos de sus ciudadanos. Reiteradas veces consideró como ¨cuestiones internas¨ los conflictos venezolanos y sus reclamos más severos llamaron a ¨retomar el diálogo¨ entre opositores y el gobierno de Maduro.

Con Dilma sin poder en el escenario político, al gobierno de Venezuela le será difícil contar con esa valiosa comprensión, en parte resultado de realidades económicas: Brasil tiene en Venezuela un destino multibillonario para sus exportaciones y contratos industriales.

Bolivia, con el presidente Morales, propuso que las cabezas de Unasur viajaran hasta Brasilia para apoyar a la acosada mandataria. La iniciativa fue desairada y no tuvo siquiera un acuse de recibo formal. El presidente pudo reiterar su apoyo solo cuando ambos coincidieron el jueves en la Asamblea General de las Naciones Unidas. Y el respaldo verbal que el mandatario boliviano pudo haber expresado hacia la presidente vecina disminuyó intensidad cuando ésta, en su discurso ante la Asamblea, no habló de ¨golpe¨ sino de un ¨retroceso¨ que podría ocurrir en su país con su eventual alejamiento.  Solo lo hizo después, al hablar con periodistas de su país.

Muchos diplomáticos vieron en esa actitud congruencia con el principio de mantener los problemas internos dentro de la propia casa. Los alegatos del presidente Morales sobre un ¨golpe jurídico¨ no llegaron a tocar tierra en quien estaba llamado a acogerlos.

Una parte importante del telón de fondo de la relación bilateral es que la líder brasileña nunca hubiera venido a Bolivia como presidente, pese a los deseos de su colega boliviano de que lo hiciera. La presidente dirigía Petrobras cuando Bolivia nacionalizó la empresa y unidades militares ocuparon sus instalaciones. En cualquier escenario, incluso si, contra las previsiones, la presidenta atravesase con éxito relativo el presente capítulo, el gobierno boliviano no tendría mucho para alegrarse.

El proceso para sancionar el enjuiciamiento de la presidente no está exento de tropiezos. Sobre el curso que sigue el proceso se ha desplegado una sombra densa capaz de repercutir en el final del drama: la idoneidad de los juzgadores, muchos de los cuales son vistos como carentes de un pasado limpio como para lanzar la primera piedra. Decenas de los que votaron por enjuiciar a la presidente tienen denuncias ante la justicia.

La liviandad provinciana que expusieron muchos de los 367 que justificaron su voto por el juzgamiento de la presidente, volvió a sentirse el viernes con informes de que el presidente de la Cámara Baja brasileña, Eduardo Cunha, facilitó la exclusión de las denuncias sobre fechorías en Petrobras que podrían afectarlo en otro proceso y llevar a su destitución. Con esa exclusión, Cunha, uno de los abanderados de la causa por el enjuiciamiento, podría ser culpable solo de haber mentido cuando dijo que no tenía cuentas en Suiza. Pero sí las tenían empresas cuya dirección estaba a su cargo. Folha de S. Paulo calificó la coartada del legislador como un andrajo y dijo que su presencia en la Cámara de Diputados era ¨una vergüenza, un insulto, una provocación a todos los brasileños.¨

Brasil en su hora suprema

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Las cartas políticas de Brasil están expuestas y millones de brasileños han permanecido la semana que pasó atentos a las decisiones de sus legisladores para enjuiciar a Dilma Rousseff, la primera mujer encumbrada en la más alta  magistratura del país.

Brasilia, la capital inaugurada hace 56 años este día 21 por Juscelino Kubitschek, escenifica el epílogo de una agonía manifiesta desde la posesión de la líder para un segundo mandato al rayar el año pasado. Los analistas ven parte de sus tribulaciones en su reelección en segunda vuelta con solo el 51,64% de la votación válida, el margen más estrecho de Brasil democrático.

La diferencia exigua desnudó la fragilidad electoral del PT, el partido de gobierno acunado en las esperanzas de desarrollar las potencialidades del país más grande y más rico del continente.

Luiz Inacio Lula da Silva cumplió su promesa de apartar a millones de compatriotas de la pesadilla de acostarse cada noche con hambre y redujo la pobreza extrema. Logró la hazaña en un período de bonanza para la agroindustria, extendida sobre gran parte del primer gobierno de su sucesora. Pero ésta se encontró con demasiados compromisos, una insoportable planilla de burócratas, muchas cuentas por pagar y la inevitabilidad de ajustar cinturones. A eso se agregó el escándalo de Petrobras, la bandera industrial brasileña que había  dirigido como ministra de Lula y cuyo apoyo habría favorecido su reelección. Decenas de líderes oficialistas y empresarios están presos por corrupción.

Las tensiones tienen como caja de resonancia a Brasilia, hace dos siglos prevista en un sueño profético por uno de los mayores santos católicos, San Juan Bosco. En memoria de esa visión existe en Brasilia una ermita erigida en el mismo punto geográfico donde el santo predijo que sería fundada Brasilia.

Es curioso, pero la capital fue también erigida para mantener a los gobernantes lejos de los tumultos políticos de la costa, en Río de Janeiro, San Paulo, Salvador y otras urbes del gigante sudamericano.  Lo absurdo de esa pretensión surgió al poco tiempo cuando Brasilia se volvió epicentro de eventos políticos sísmicos como el que está en curso. En 1992 Fernando Collor fue enjuiciado y dejó la presidencia privado de derechos políticos por ocho años. Quiso desatar años de inmovilismo y protección a la economía y acabó envuelto en escándalos de corrupción que el pueblo brasileño no aguantó.

Dilma Rousseff, ex guerrillera que sufrió las mazmorras de la dictadura militar,  representó una esperanza para conducir al estado con firmeza ética. No parece que hubiera sido así. Sus detractores aseguran que antes de ser presidente tuvo responsabilidad en actos dolosos en la industria petrolera que ayudaron a su reelección.

Idus de Marzo

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Las calles de las principales ciudades brasileñas volvieron a ser este viernes plataforma de protestas en contra y a favor de la presidenta Dilma Rousseff y de su mentor Luiz Inacio Lula da Silva, al agravarse una espiral que parece próxima a un clímax para definir el rumbo institucional del país más grande del continente. Sin un comando efectivo sobre la política y la economía de su país, el gobierno y el Partido de los Trabajadores (PT) parecen haber cedido al descontento el dominio de las calles.

La divulgación de grabaciones telefónicas en las que la presidenta anunciaba a Silva que le enviaba las credenciales que lo convertían en Ministro de la Presidencia enardeció a sus opositores y el expresidente quedó lejos de ser ministro con mando efectivo y menos de estar protegido ante la eventualidad de una orden de arresto. En la tarde del viernes, aún se debatía si llegaría a ejercer funciones. La designación, anunciada en pocas palabras salpicadas de afecto entre ambos líderes, fue vista como un intento de proteger al ex presidente ante investigaciones que apuntan a él y a miembros de su familia en actos de corrupción administrativa. Estos días, los idus de marzo han lucido como en desfile olímpico frente a los dos dirigentes y su partido.

En las horas siguientes, el PT intentaba asumir visibilidad luego de haber sido eclipsado por las concentraciones de millones de brasileños en todo el país que reclamaron la salida de la presidenta. Lucía difícil que pudiese restaurar la imagen de sus dos líderes acosados por la justicia. Las tribulaciones políticas de ambos se agravaron y entraron en un conteo descendente cuando, el jueves, quedó conformada la comisión de 65 miembros que deberá decidir si existen méritos para juzgar a la presidenta.

El informe que emita esa comisión será votado por la Cámara Baja, donde la oposición y los críticos de Rousseff son mayoría. De ser condenatorio y ganar aprobación, el Senado asumiría el juicio y la presidente sería apartada de sus funciones por 180 días. El tribunal juzgador lo presidiría el Presidente de Corte Suprema. De ser culpada, la presidente perdería sus derechos políticos durante ocho años. Una situación así no sería desconocida para los brasileños. Sería una repetición de 1992, cuando Fernando Collor de Mello fue alejado de la presidencia y perdió sus derechos políticos. Ex combatiente clandestina y  ex guerruillera, la presidenta  ha estado en coyunturas difíciles que parecìan insalvables y consiguió sobrevivirlas. Quienes conocen la historia brasileña contemporánea creen que la que le toca enfrentar ahora está entre las más formidables de toda su vida, pues no depende tanto de sí misma ni de su partido ni de sus colaboradores, sino de  gran parte de una sociedad indignada con la corrupción y las deficiencias administrativas e infraestructurales evidentes al cabo de  13 años de gobierno ¨petista¨-.

Los problemas de Brasil han hecho tocar a rebato las campanas de las izquierdas en todo el mundo, que perciben el peligro de extinción del intento de revivir desde el nuevo mundo el socialismo que representó la desaparecida unión Soviética y sus satélites. La angustia de unos no equivale a la felicidad en otros. El universo político del mundo capitalista no logra todavía zafarse de turbulencias del quinquenio anterior, a pesar de las ventajas que ofrece la caída vertiginosa de los precios del petróleo, de los minerales y de los productos agrícolas.

Los informados previenen que un naufragio político en Brasil podría operar con la fuerza de un sifón sobre sus vecinos ideológicos y fronterizos, que difícilmente podrán alejarse del área de turbulencia. Al moverse una ficha fundamental del juego que ha regido sobre gran parte de América del Sur en la primera y segunda década del siglo, el paisaje político del continente ingresaría a un período de cambios bruscos, impensables hace solo pocos años.

Días que dejan rastro

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Entre las lecciones que trajo el 21 de febrero para el país está el reconocimiento oficial del poder de las redes sociales de comunicación electrónica para influir sobre corrientes y decisiones políticas. El gobierno boliviano ha sido quizá el último en percibir la fuerza de esos medios, cuya relevancia política alcanzó el cénit hace cuatro años, en la ¨Primavera Árabe¨, el movimiento que cundió en millones de jóvenes árabes que entendieron que desde sus teléfonos celulares podían intercambiar mensajes, convocarse y reorientar la brújula política de sus países. Una chispa al parecer insignificante incendió la conflagración: la brutalidad de la policía al desalojar a un vendedor ambulante de frutas que defendía su instrumento de trabajo quien, en protesta, se prendió fuego y murió días después. Poco tiempo después se despeñaban el gobierno de Túnez y de otros a su alrededor.
En el continente sudamericano, el descubrimiento de la capacidad de convocarse a través de los teléfonos celulares fue el gatillo para las manifestaciones masivas de 2014 en Brasil, antes del Mundial de Fútbol de ese año. Fueron la primera tarjeta amarilla al gobierno de Dilma Rousseff sobre el descontento en la sociedad brasileña con sus autoridades políticas. La extensión y la magnitud de las protestas sorprendieron al gobierno, sin capacidad efectiva para apaciguar los clamores populares.
Los medios sociales también contribuyeron de manera decisiva a que el oficialismo perdiera por goleada las elecciones del 6 de diciembre pasado en Venezuela. La sociedad venezolana se manifestó en masa, exasperada con la escasez, la inflación, el desempleo, la delincuencia y la represión, y otorgó a la oposición dos tercios de la Asamblea Nacional ahora empeñada en desalojar a Nicolás Maduro de la presidencia. En Argentina el papel de la comunicación electrónica no fue menor en la derrota del peronismo que personificaba Cristina Kirchner.
Al atribuir a las redes sociales en forma genérica al menos parte de su derrota en el referéndum de febrero, el gobierno anunció su propósito de incorporar el uso de la comunicación electrónica entre las materias de enseñanza en las escuelas, inclusive la preparación de mensajes y texto vía Twitter y Facebook. Las propuestas, que incluían un diseño legal preparado por las federaciones de productores de coca del Chapare, fueron recibidas con escepticismo por los especialistas. Sería como enseñar a encender la luz de un apartamento. A partir de ahí todo es posible, incluso encender la computadora o enseñar el ABC. Pero de ahí a escribir una carta o un poema hay un océano de distancia. Y quizás bastante más. Uno de los valores adicionales de ese esfuerzo podría ser el uso del lenguaje, aprender a escribir con gramática mínima, uso de la S y no de Z, de la C y no de la S, de la V y no de la B, todo bajo una redacción correcta, con sujeto, verbo y predicado en cada oración completa.
Lo ocurrido durante estas semanas ha sido una señal para detectar por dónde marcha la generación de informaciones en Bolivia. Una buena tajada está en los pequeños dispositivos de los que al menos dos tercios de la población boliviana son usuarios incondicionales. No es difícil imaginar el futuro. Es una carrera sin tregua y, a menos que los medios, en especial los escritos, refuercen la información y los programas que ofrecen al público, estarán en camino irreversible al ocaso. Los medios escritos no pueden limitarse a reproducir, a menudo con graves limitaciones, lo que ya dijo la TV o, aún antes, lo que ya se conoce por los mensajes que circulan en las redes. Están compelidos a ofrecer información más rigurosa, más amplia y con mayor profundidad y contexto.
Los grandes periódicos del mundo están en esa lucha hace más de una década y, a pesar de exponer con frecuencia lo mejor de sus capacidades, apenas logran controlar el oleaje causado por la era digital. Y eso que, cuando analizan los grandes debates en una sociedad, suelen ofrecer a los lectores análisis precisos, compactos, rigurosos y bien elaborados que muy pocos internautas serían capaces de producir bajo las limitaciones de tiempo y espacio de los medios escritos. Es difícil no reconocer que para los periodistas los retos de estos tiempos son de los más grandes en las últimas generaciones.

Con miedo de la felicidad

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Los índices excluyen un optimismo inmediato y las recomendaciones son  claras: hay que prepararse para un empeoramiento y la recomendación más sensata es abrocharse  los cinturones. Resta por comprobarse si también en la economía se aplica la sentencia fatal del Richard Nixon: Como le vaya a Brasil así le irá a América Latina (diciembre, 1971, en un brindis para el militar dictador brasileño que lo visitaba en la Casa Blanca).

La racha de malas noticias la encabezó el estado general de la economía de nuestro vecino gigante. El PIB decrecerá en 1,7 %, porcentaje mayor al 1,5% previsto al comenzar el año. La diferencia de 0,02% representa  algunos miles de millones de dólares respecto a los tres billones calculados para el PIB de Brasil, entre el sexto y séptimo del mundo. La  señal más reciente de la contracción vino de la industria, que encogió un 6.3% en los primeros seis meses del año, declive que se refleja en una baja del 20%  de la producción automovilística. El índice de la industria automotriz arrastra a todos los demás con valor tangible para la economía. Un elemento positivo (cada nubarrón tiene una orilla plateada) es la amplia difusión de estas noticias, que corren sin censura ni temores, y la ejecución de planes de una austeridad severa.

El impacto del fenómeno brasileño se siente en las zonas fronterizas a causa del valor del real,  nunca tan débil desde finales de 2002, cuando Lula se preparaba para asumir el gobierno ¨sin miedo de ser feliz¨ (el grito de combate del Partido de los Trabajadores) y la ansiedad dominaba los mercados financieros.

Hace pocos días, el kilo de pollo brasileño llegó a costar cinco bolivianos en los friales de Puerto Quijarro, mientras cundía la angustia entre los avicultores cruceños que con 9-10 bolivianos el kilo no podían competir. Ese valor era la mitad del año anterior. Entonces y ahora, la moneda boliviana gozaba de un prestigio con pocos paralelos pero cada vez más asfixiante para los productores nacionales. En estos tiempos, es palpable el poder de compra de la divisa nacional, pero allende las fronteras. Con el equivalente a 100 dólares se compra más fuera de Bolivia que lo que compran 685 bolivianos.

La variedad de manifestaciones refleja el fenómeno de ¨la gateadora¨, descrito a comienzos de año por el ex prefecto cruceño Rolando Aróstegui, cuando en los llanos el agua avanza indetenible. Su alcance luce continental. (En Venezuela, dos bolivianos sobran para llenar un tanque de 40 litros de gasolina, resultado del laberinto en el que se encuentra el vecino país.)

En nuestro medio, muchos encogen los hombros en señal de ¨a mí no me toca¨, pese a que perciben que ¨la gateadora¨ cobra un ritmo peligroso. Ejemplos que avalan esa figura son los conflictos de Potosí y la inquietud de las regiones indígenas ante la apertura a la exploración y explotación petrolera de áreas naturales que consideraban intangibles.

Con Lula investigado dentro de uno de los mayores escándalos de la historia sudamericana y cientos de miles en las calles en demanda de un enjuiciamiento de la presidente dilma Roussef, muchos brasileños se preguntan estos días si valió la pena aventurarse sin miedo en busca de una felicidad que, al menos fuera del paraíso terrenal, luce demasiado escurridiza.

Cuando llega el anochecer

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Lapersistencia de las tensiones en Venezuela en una espiral sin fin exhibe la quiebra del sistema que instaló el comandante Hugo Chávez y acentúa la declinación de los regímenes que surgieron bajo estandartes de izquierda de distintos matices en el continente. El colapso de los precios del petróleo ha puesto en evidencia sus deficiencias gerenciales que hace solo unos meses costaba imaginar. Las nuevas realidades económicas han hundido la popularidad que algunos de los gobiernos de esos países ostentaban cuando llegaron al poder, en la cresta de insatisfacciones sociales y esperanzas de cambio. Más de una década después, las insatisfacciones no han sido absueltas y reaparecen exacerbadas por la sensación frustrante de que fallaron los líderes o escogieron caminos equivocados.

El gobierno de Nicolás Maduro tiene a figuras representativas de  la oposición que desde la cárcel parecen causarle más temor y dificultades que si estuvieran en libertad. La disconformidad a su alrededor ha crecido a niveles que lo inhiben de convocar de inmediato a las elecciones previstas para este último trimestre, en las que la oposición le llevaría una ventaja gigante. Las esposas de los líderes encarcelados reclaman que desde otras instancias se presione  al gobierno para liberarlos. Con las reservas monetarias internacionales en declive, forzadas por la caída de los precios del petróleo que cerraron la semana otra vez en descenso, el régimen se encuentra estos días ante renovadas apreturas. Cómo saldrá de ellas continúa siendo una apuesta abierta.

En Argentina, la era de los Kirchner parece sin salida. La presidente Cristina Kirchner luce destinada a una derrota sin remedio en las elecciones presidenciales y legislativas del próximo octubre. No pudo cambiar las leyes que le habrían permitido una reelección y la corriente peronista que lo apoya tampoco luce en condiciones de guardarle las espaldas cuando haya salido de  la Casa Rosada.

En Brasil, la oposición a la presidenta Dilma Rousseff ha renovado su artillería camino hacia un eventual enjuiciamiento por el escándalo que golpea a Petrobras, el empresa bandera de Brasil, y por los efectos del “mensalao”, el gran esquema de corrupción el gobierno de Lula. Los dos escándalos  tienen presos a una docena de ex ejecutivos de empresas y a ex líderes del partido de gobierno. Las sospechas de la oposición sobre la responsabilidad de Lula en la mesada, que compraba a parlamentarios para mantenerlos leales a su gobierno, se acrecentaron tras revelaciones atribuidas al ahora ex presidente uruguayo José Mujica de que el ex presidente le había confirmado esa ilegalidad. El desmentido de Mujica a la versión  no ha despejado el ambiente adverso que se cierne sobre el gobierno de Rousseff.

En mayo, encuestas de opinión dieron a la líder brasileña una aprobación inferior al 20%.  Nunca estuvo tan desacreditada la noción que el PT sembró en Brasil de que “un nuevo mundo es posible” y que éste se volvería realidad bajo su comando. De igual forma, nunca ha estado tan desprovisto de eco el slogan “sin miedo de ser feliz” que llevó a millones a las calles a favor de Lula y partido. Por todo el continente y en solo pocos meses, parece roto el monopolio de ética y honestidad que se atribuía a los líderes de la izquierda en la región.

La idea matriz de prolongar mandatos con reelecciones sucesivas recibió un golpe hace unos días, cuando Colombia aprobó una norma que prohíbe la reelección. Brasil está yendo más allá y su congreso proyecta prohibir la reelección continua para todos los cargos electivos, incluso de gobernadores y alcaldes La norma puede erigirse en la mayor amenaza para gobiernos  empeñados en mandatos indefinidos, desde Ecuador, donde ya se impuso la reelección sin límites, hasta Bolivia, donde el partido gobernante habla de un tercer período para el presidente Evo Morales cuando apenas ha comenzado el segundo (el tercero, de acuerdo a los dirigentes opositores que pactaron la aprobación de la constitución que rige las leyes del país).

Un marco mayor para las tendencias que toman cuerpo en el continente es el reencuentro de Cuba y Estados Unidos, que puso fin al último resabio de la guerra fría en la región. La caída del Muro de Berlín en 1989 dejó huérfanos a los radicales de la izquierda. El desplome de la muralla entre la Habana y Washington a partir de diciembre representa un desplazamiento de placas geopolíticas capaz de generar una clase de neo huérfanos urgidos de reinventarse.