Panamá
Las redes y un ultimátum
El descontento del gobierno con la condena reiterada de la Iglesia Católica a la expansión del tráfico de cocaína, las vinculaciones del narcotráfico con el poder y la amenaza que representa para la sociedad boliviana ha tenido estos días otro capítulo, a pocos días de un encuentro entre el Presidente Morales y el Papa Francisco. En el más reciente eslabón de la disconformidad gubernamental, el Vicepresidente Álvaro García Linera, quien está en el cargo hace 10 años, igual que el presidente, criticó que no ocurra renovación de los pastores de la Iglesia como sucede en la sociedad civil.
El nerviosismo que causó la carta de los obispos sobre un tema que preocupa cada vez más a la sociedad boliviana, sigue al desconcierto de las principales autoridades por la derrota del 21 de febrero a la tentativa de asegurarles la postulación para cinco años adicionales a la cabeza del gobierno.
Tras los titubeos respecto a los resultados del referéndum, el presidente ha dado un sello de confirmación a la derrota al atribuirla a una docena de ¨twitteadores¨ de Colombia y Costa Rica, enviados desde Estados Unidos, aseguró, para socavar su campaña re-reeleccionista. Es decir, fue derrotado y la culpable sería esa docena sucia y sus mandantes. Ninguno ha sido identificado.
Quienes observan el curso político de Bolivia han visto en esa afirmación algunos elementos extraños. El primero es si el presidente y otras autoridades tienen claro qué son las llamadas ¨redes sociales¨, conformadas por grupos de personas que se vinculan con mensajes electrónicas y hacen circular ideas, imágenes y ¨memes¨ a veces burlescos o satíricos pero con frecuencia con información de interés colectivo. Los mensajes sobre acontecimientos y tendencias pueden pasar de grupo en grupo y en segundos alcanzar a multitudes enormes. Eso ocurre en todas partes. Se trata de una reacción natural ante acontecimientos de impacto. Durante siglos la gente se reunía en las plazas para comentar cuestiones de interés. Ahora se reúne sobre las pantallas de sus celulares. (Un reportaje en El Deber este domingo subraya que en promedio cada boliviano pasa 2,2 horas diarias en su celular).
El nuevo fenómeno ha encontrado en la orfandad a los medios de comunicación, que tienen una competencia fenomenal para la cual el mejor antídoto es la calidad y credibilidad de su información. Entre los más sorprendidos, por lo que vemos, están los políticos menos enterados y más refractarios a los nuevos recursos tecnológicos.
Pueden también ser una ayuda extraordinaria. Ejemplo: Substituyen al fax, hasta hace poco apoyo imprescindible. Por teléfonos celulares no solamente circulan fotografías, artículos, dirección de sitios, y hasta voz (por supuesto) y películas También son de gran utilidad en muchos afanes. El otro día, envié al teléfono de mi médico seis páginas con los resultados de unos exámenes de laboratorio y un mensaje hablado. Antes tendría que haber ido hasta su consultorio. En verdad, sólo decir esto es embarazoso porque se trata de algo tan común.
Hasta hace unos años, la comunicación interpersonal solía partir de un teléfono a otro, con solo dos participantes. Los textos pueden ahora llegar al mismo tiempo a miles y multiplicarse de manera asombrosa. Es raro que los asesores del presidente no le hubieran informado sobre el fenómeno, que a estas alturas del Siglo 21 es una verdad de Perogrullo y hablar de él es tan tedioso como hablar del tiempo.
Un segundo elemento que subrayan los expertos: es redundante y descabellado para cualquier grupo de interesados en dañar a alguna figura política desplazar a una docena ¨twitteadora¨ para lanzar mensajes. Pregunten a cualquier joven de El Alto, del Plan 3000 o de Equipetrol si, por ejemplo, para despachar mensajes y diseños sobre algún líder involucrado en los PP (Papeles Panameños) tendría que ir hasta Madrid, Moscú o Buenos Aires. Puede enviarlos desde su dormitorio inspirado en un Vivaldi o un Bach sin otra molestia que servirse un café.
El sentido común también enseña que es irrelevante desde dónde se envía un twitter, si desde una oficina, desde el ómnibus o el automóvil o de un bar. Lo importante es el qué y el interés del mensaje para el grupo destinatario.
Con todo esto, es comprensible la curiosidad creciente por el proyecto regulatorio de las redes que se ha dicho que prepararán sectores cocaleros. Muchos están impacientes por conocer sus alcances y detalles que calibrarán el conocimiento de esos sectores sobre la punta más destacada de la comunicación moderna.
La Carta de los Obispos derivó en un ¨ultimátum¨ para que los pastores de la Iglesia identificaran a quienes en el gobierno estarían involucrados en el narcotráfico. La jerarquía eclesiástica ignoró el ultimátum y pidió, más bien, unidad para combatirlo.
Algunas personas a las que consulté respondieron, para no entrar en detalles, que les dijera si las autoridades alguna vez identificaron con nombres y apellidos ¨a la derecha¨, a ¨los neoliberales¨, a ¨los separatistas¨ o a ¨los oligarcas¨. O siquiera a la docena sucia que el presidente dice que determinó su derrota.
Las cartas de Santos
La disputa entre Venezuela y Colombia muestra estos días variantes en la que parecía una rutina: Caracas decidía y actuaba y Bogotá reaccionaba. Desde la semana pasada el presidente Juan Manuel Santos ha empezado a lanzar sus cartas propias sobre la mesa: se ha desplazado por la frontera caliente, ha denunciado a Venezuela como violadora del espacio aéreo colombiano y le ha dicho que no quiere reunirse ¨para la foto¨ sino para acuerdos que resuelvan el problema de verdad y restablezcan la normalidad cuya alteración ha llevado a más de 20.000 colombianos a salir de Venezuela. Nicolás Maduro no ha dejado de lanzar nuevas cartas pero ahora tiene que tomar nota también de las de Santos.
En la variante de estos días persiste la actitud autista de gran número de gobiernos de la región. Orientados por una solidaridad automática que los lleva a cuadrarse al lado de todo lo que les parece representar izquierda, y a ignorar errores y fechorías, no se atreven a dar siquiera un paso que contraríe a Venezuela. En ellos persiste la idea de que en Venezuela hay un régimen progresista, aunque el adjetivo conlleve costos inadmisibles para los derechos humanos, asfixia de la democracia, empobrecimiento de muchos y el envilecimiento de la economía, un tiempo entre las pocas de América Latina con medios para superar las barreras del subdesarrollo.
Las inconsistencias de esa posición quedaron expuestas con los traspiés de algunos países. La canciller venezolana Delcy Rodríguez anunció una reunión de Unasur el lunes, en Montevideo, solo para ser desmentida por el propio Uruguay, que aseguró que no había fecha para tal encuentro. En cuestión de horas el tablero registró un desplazamiento mayor: los presidentes de los dos países en disputa sí se reunirían este lunes, pero en Quito. El anuncio fue un balde de agua fría para Panamá, que intentaba recuperar protagonismo tras impedir que en agosto se reuniesen los cancilleres de todo el hemisferio para discutir la crisis fuera de foros donde Venezuela tiene influencia mayor.
La reunión en Quito puede ser una de las últimas oportunidades para evitar un agravamiento mayor de las tensiones. Es posible que se vuelva a ver en el escenario a un Maduro desafiante pero ahora acosado por previsiones de una derrota catastrófica en las elecciones legislativas del 6 de diciembre, y a un Santos cuyo país representa una economía que crece y se diversifica mientras la de su rival se achica. Eso puede pesar mucho en la cita de hoy.
Las horas de Maduro
Cada día de las últimas semanas ha sido como amanecer bajo un conteo regresivo para el gobierno de Nicolás Maduro. Venezuela puede estar a 5.000 kilómetros de Santa Cruz, pero con las comunicaciones modernas no hay más distancias y es fácil sucumbir al interés por determinar lo que ocurre en la tierra de Bolívar. Uno despierta preguntándose si la jornada traerá un epílogo sólo para ver otra vez crecer la espiral. La sucesión de episodios no permite tomar distancia para ver con alguna claridad el cuadro que ofrece el vecino país y auscultar el resultado por venir. Con el pasar de los días (ya van casi 30 desde que se incendió la chispa de la actual onda de disturbios en San Cristóbal) se afianza la sensación desalentadora, para ambos lados, de que la luz al final del túnel no está cercana.
Todo indica que las fuerzas militares venezolanas seguirán utilizando la fuerza indiscriminadamente y que seguirán en las calles y en sus barricadas las multitudes hastiadas con la escasez, la persistente inseguridad, la inflación y la ineptitud administrativa. Y que la espiral de víctimas seguirá en ascenso. Todo esto bajo el desdén de los burócratas de organismos internacionales y de los gobiernos que atesoran una actitud hipócrita ante la violación de los derechos humanos.
La ironía de esta situación es que los factores objetivos que le dieron origen continúan presentes, y que se agravan cada día. La inflación no mengua y la escasez persiste. La ruptura de relaciones diplomáticas con Panamá, anunciada gritos rompe-tímpanos por el presidente Maduro, tiende a agravar el desabastecimiento.
Desde la distancia, parecería que el gobierno venezolano está en la arena movediza: cada movimiento lo hunde y hace más difícil salir de ella. La impresión que hay es que en Venezuela ocurre, a paso lento, un alzamiento cada vez más generalizado. El jueves circulaban informes sobre disturbios en 30 ciudades con más de 100.000 habitantes. A ese paso, el gobierno lucía en riesgo de quedar solo con el apoyo de las bayonetas y de las milicias bolivarianas.
Culpar a otros por las deficiencias propias parece haber dejado de tener valor, incluso para los que creyeron esa argucia. Ya son pocos los que honestamente admiten que todo o casi todo lo que ocurre es responsabilidad de una “derecha” inexplicablemente cada vez más extendida, de los Estados Unidos o del capitalismo. En algún momento habrá un cortocircuito y la rendición de cuentas puede ser inevitable. ¿Qué pasó con las montañas de dinero que recibió Venezuela en 15 (correcto) años de socialismo del Siglo XXI? Muchas preguntas aún ahora motivo de especulación (¿cuándo, cómo y dónde murió el presidente Chávez?, ¿quiénes lo atendieron?, ¿habrá un diario de algún médico o enfermera que relate los días finales del comandante?, ¿cuál es el papel de Cuba dentro de Venezuela?, ¿hubo manipulación de los resultados de las últimas elecciones en ese país?) podrían encontrar respuestas más convincentes que las hasta ahora conocidas.
Tampoco quedará inmune la inutilidad de la diplomacia ante la tozudez de gobiernos que han convertido en su meta principal la permanencia en el poder a cualquier costo. Las piezas del ajedrez de una sociedad no son estáticas. Cuando cambien posición, los que antes defendían los derechos humanos y ahora les dan la espalda para colocarse al lado de quienes los conculcan, tendrán mucha dificultad en volver a levantar la voz. Las horas y las actitudes de estos días, para personas, naciones e instituciones, serán el telón de fondo bajo el que podrán juzgados, quizá más temprano que tarde.