Mes: agosto 2018
Palacios
Ir a la oficina de correos de Santa Cruz de la Sierra es una experiencia que no provoca ninguna inspiración. Apiñada en una calle a solo 70 metros de la Plaza Principal, sin cartel ni señal de la calidad requerida para identificarla, se encuentra la oficina principal del servicio de correos. Es tan humilde y olvidada que nunca recibió un título de oficina central de correos ni fungió de ¨palacio¨.
Contigua a un banco próspero y a pocos pasos de áreas culturales que identifican a la ciudad, la que debía ser una oficina postal es un despropósito hacia la urbe más poblada del país y cuya región genera más dinero para las arcas del estado que ninguna otra. Reducida al mínimo por años de restricciones financieras, y con traslados inconclusos que debían avanzar hacia una infraestructura moderna, la atención que brinda al público el escaso personal es impecable, pero el lugar carece delas condiciones para el servicio que está destinado a brindar y grita de abandono. Desolado, apenas iluminado y polvoriento, lo que en otras ciudades es un punto de encuentro y de referencia, aquí solo provoca cumplir con rapidez el motivo para llegar al lugar e irse cuanto antes sin mirar atrás.
Es cierto que en todo el mundo los inmuebles del servicio postal son reliquias de un pasado que la avalancha cibernética se llevó, pero quedan aún áreas en las que es esencial. En nuestro medio, ¿a dónde iría Ud. para despachar un libro o una ¨encomienda¨ a Cobija, Puerto Suárez o Villamontes? Los servicios de correspondencia rápida como DHL o Federal Express están presentes en casi todo el mundo, pero no suelen transportar lo que en Bolivia todavía se envía por correo: ropa, zapatos y hasta enlatados. En todo caso, las tarifas que el usuario pagaría en aquellas oficinas serían superiores a las del servicio tradicional de correos.
Es inevitable contrastar la pobreza abrumadora de una oficina vital no solo en Santa Cruz sino en la mayoría de los centros urbanos bolivianos con el edificio del Palacio de Gobierno que, con una ¨fiesta¨ bulliciosa, bebidas en exceso y repleta de convidados, acaba de ser inaugurado, a un costo básico de 34,4 millones de dólares. ¿Cuántas oficinas de correos podrían ser habilitadas con todo ese dinero?
La parafernalia y la publicidad para la inauguración, han contribuido a que las 29 plantas enclavados en la Plaza Murillo dejen un fuerte sabor a dispendio, de dinero mal utilizado ante otras necesidades del país y agraven la tentación de extrapolar el ejemplo de Santa Cruz a muchas otras obras del gobierno.
El tedio no tiene fin
De Mesa y sobre Mesa
Le consulté directamente para informarme si había algún desliz en la redacción de su nombre, que parecía trampa para caer en la cacofonía y, en todo caso, para conocer cuál era su opción para escribirlo. En los libros que publica y en las notas que escribe en los diarios, es Carlos D. Mesa, donde ¨D¨ es abreviatura de Diego, su segundo nombre. Pero en los últimos días había notado que las crónicas de El Deber lo identifican como Carlos de Mesa, y en segunda y demás referencias como ¨de Mesa¨, con riesgos auditivos como cuando se dice ¨es el punto de vista de de Mesa¨ o ¨de de Mesa se ha dicho¨ que encabeza las preferencias, etc.
He aquí lo que me escribió: ¨El nombre que he heredado de mis padres y que consta en mi carnet de identidad es Carlos Diego de Mesa Gisbert (el ¨de¨ es con minúscula; ponerlo con mayúsculas es incorrecto). Desde muy joven he utilizado, y así firmo mis libros y artículos, Carlos D. Mesa (la D. por Diego), y eliminé el de, que es el herdado. El nombre de mi padre era José de Mesa Figueroa. Lo hice a mis 18 años para ¨diferenciarme¨ de mis padres, en una actitud de rebeldía muy de adolescente. Por eso, toda mi obra aparece con el nombre de esa forma y no lo cambiaré; pero mi nombre legal es el que indico¨.
En el quehacer periodístico suelen presentarse tropiezos al escribir nombres y sobrenombres de personajes de la vida pública. Me pareció interesante que el ¨caso Mesa¨, con o sin de, surgiese en momentos en que el ex presidente está en la cumbre de su popularidad para ser candidato presidencial con fuertes posibilidades de ganar la contienda a despecho de sus reiteradas negativas. Eso volvía imperativo determinar si era correcto incorporar el ¨de¨, que en Castellano evoca un sello de abolengo en los apellidos.
La aclaración del ex Primer Magistrado trae un dictamen: no es incorrecto mencionar su nombre con ¨de¨, pues así está registrado, pero es claro que su preferencia es omitir ese ¨de¨. Así lo ha hecho desde la adolescencia.
Recuerdo que hace años, cuando Luiz Inacio Lula da Silva asumió por primera vez la presidencia de Brasil, The Associated Press (AP), de cuya oficina nacional era Director, estaba ante una dificultad. Mencionar el nombre completo, con sus cinco palabras, no era un problema al encabezar una nota. Pero después lo era.
Referirse a Lula da Silva tras el párrafo introductorio era utilizar tres palabras y, especialmente en inglés, traía un esfuerzo adicional para el lector, en tiempos en que la economía de palabras es un mandamiento. Además, había que descifrar la palabra ¨Lula¨para el lector corriente, no solo para el de fuera de Brasil sino también para el de tierra adentro, pues no todos podrían saber que ¨Lula¨ significa calamar y entonces habría que, obligatoriamente, en aras de una buena comunicación, explicar el término, comprensible en la costa pero sin certeza de que lo sería también en el inmenso interior brasileño. Mucho menos lo sería en otros países.
No podíamos llamarlo simplemente ¨Lula¨ en segunda referencia y cargar con el sobrepeso que significaría la explicación del término y las repeticiones posteriores de siquiera tres palabras de su nombre. Decidimos hacerle la pregunta sobre su preferencia a él mismo o al despacho presidencial. En esos días yo estaba en Brasilia y planteé la dificultad al portavoz de la presidencia quien, en una rápida consulta con miembros de la jerarquía presidencial, me dijo: ¨Pueden utilizar indistintamente Lula, el sobrenombre, o Silva, su apellido¨
El tiempo se encargó de restringir palabras. En pocos meses predominaba el ¨Lula¨, que el propio mandatario incorporó a su nombre oficial y como tal quedó registrado. No era más necesario explicar su significado.
De la experiencia surgió la idea para una nota sobre el tema y fui a consultar a la Academia Brasileña de la Lengua, donde descubrí que los términos que expresan afecto son ¨hipocorismos¨. La misma palabra, extraña en el léxico común, existe en el Castellano y en otras lenguas.
El académico al que consultaba en su oficina en Río de Janeiro, me recordó que esos términos de cariño suelen substituir a los nombres oficiales de personas conocidas con tal fuerza que los sofocan. Me dijo sonriente: ¨Vaya por la calle y pregunte a cualquiera que encuentre quién es Arthur Antunes Coimbra. Nadie lo sabrá. Pero si usted dice Zico verá cómo se iluminan los ojos de sus interlocutores¨.