Mes: noviembre 2016

Tiempo de reflexión

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Los medios estadounidenses -y de más allá y más acá- han iniciado un examen de conciencia sobre el trabajo que hicieron antes de la elección sorprendente de Donald Trump. Fue tal la avalancha de encuestas y sondeos que daban por vencedora a Hillary Clinton que nadie se preocupó por verificar la idoneidad de las encuestas ni de los encuestados ni de desentrañar los sentimientos verdaderos que hicieron de la noche de 8 de noviembre una jornada memorable en las lides democráticas.
Los analistas perciben que no se asignó importancia debida al desafecto con el sistema que, pese a haber producido la mayor riqueza de la historia, no ha conseguido superar desigualdades impresionantes que aún persisten al lado de riquezas que pocos dudarían en calificar de hediondas. El rechazo a esos desequilibrios se impuso y muchos decidieron dar el salto al vacío que representaba la elección de Donald Trump y rechazar la continuidad atribuida a su rival. Que los grandes medios no hubiesen percibido el turbión que se aproximaba es la cuestión ahora instalada en las salas de redacción y escritorios de las encuestadoras. Puede haber certeza de que la cobertura de elecciones y de las actividades políticas del future no será más la de siempre. El público exigirá más rigor y los editores demandarán más precisión de los reporteros.
En una carta del editor del New York Times a los lectores, el periódico reiteró su compromiso de informar con honestidad, sin miedo ni favoritismos, y reflejar todos los ángulos de las noticias que entrega al público. El periódico global por excelencia estuvo entre los muchos medios que aconsejaron en sus editoriales no votar por Trump por hallarlo incapacitado debido a sus opiniones prejuiciosas sobre el sexo, las mujeres y los inmigrantes. Resultó que un gran número de votantes ignoró las advertencias y, a pesar de todo, dio su voto por el magnate. Sociólogos, politólogos e informadores están en carrera para encontrar explicaciones convincentes al fenómeno.
La aversion de Donald Trump hacia los medios no demoró en ser ratificada. La primera prueba post-elección vino cuando decidió no permitir que viajasen con él los periódicos que normalmente cubren las actividades presidenciales. La vision que tuvo el público de la visita del presidente electo a Barack Obama tuvo origen solamente oficial. No han ocurrido variantes notables en esa política.
Con las elecciones ahora atrás, la mayoría de las redacciones ha decidido refrescar sus códigos de ética y ponerlos con letra grande en frente de los editores para acentuar los esfuerzos por identificar razones más allá de las convencionales que llevan a los electores a manifestar sus preferencias de una manera determinada. Una contribución a los pocos días de la eleccción la dio Kathleen Carroll, directora ejecutiva de The Associated Press, la cooperativa noticiosa que sirve a casi la totalidad de los medios informativos de Estados Unidos y de gran parte del mundo. Al recibir una distinción en el club de periodistas convocó a sus colegas a reafirmar el compromiso con la transparencia y la defensa de la libertad de prensa e hizo algunas preguntas, válidas en todo lugar:
En la redacción de una noticia, ¿recoges frases de tweets y facebook en lugar de hablar efectivamente con la gente? Eso es pereza. ¿Envías correos electrónicos pidiendo a alguien una opinión para embutirla en una historia ya diseñada y preparada? Eso es decorar, no entrevistar. ¡Basta! Remachó diciendo que se ayuda a cerrar la puerta de la libre información cuando se acepta una información oficial sin someterla a verificación ni a cuestionamientos.
Si no estos no fueran ejemplos para reflexionar, recomiendo leer un libro de 150 páginas auspiciado por la Asociación Nacional de la Prensa: ¨Poder y ética en el periodismo¨, ahora en su segunda edición. Es una exposicción amplia del perioddista norteamericano John Virtue y contribuciones de Alberto Zuazo Nathes, José Gramunt de Moragas, S.J., Ana María Romero de Campero (+) y Juan Javier Zeballos (+).

Retorno del Americano Feo

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Muchos en el mundo aún no logran digerir la elección de Donald Trump como presidente de los Estados Unidos. Entre las mejores explicaciones a las inquietudes que ha sembrado la decision del electorado estadounidense están las desigualdades que persisten en la sociedad más rica del planeta. Una representación de esas desigualdades se proyecta en los ingresos obscenos de los bancos, y en las liquidaciones y salarios aún más obscenos de sus ejecutivos.  Decenas, y a menudo centenas de millones de dólares anuales son cifras que ya no son asombrosas para ese tipo de categorías.

En el otro extremo, solo un 5% de los hijos de desertores escolares consigue llegar a la Universidad. El índice se iguala al de Eslovaquia, el más bajo de Europa, y es liliput ante el 33% de Canadá, nos recuerda Nicholas Kristoff, del New York Times. Decenas de índices con igual significado han sido divulgados estos días, sumados a una pregunta que todavía angustia: ¿Cómo podrá un padre explicar a sus hijas que en 2016 un candidato pluri-billonario, despectivo con las mujeres y con los inmigrantes fue elegido para presidir los destinos de su país?

La pregunta arde bajo los pies de los mexicanos, para quienes Trump ha repetido su promesa, ahora no ya de campaña sino de presidente electo, de erigir un muro fronterizo.

La amenaza se siente en todo el hemisferio y alimenta una noción que cobra ímpetu. Encarnada en Donald Trump, parece erigirse la imagen del ¨Americano Feo¨ que recorrió el mundo en el apogeo de la Guerra Fría.

Inspirados en la disconformidad con la política exterior y los valores politicos oficiales forjados en USA, William Lederer y Eugene Burdick escribieron ¨El Americano Feo¨ (1958).  El libro retrata las incomprensiones y fracasos de la política externa estadounidense en la primera época de la Guerra Fría y aún sigue entre los más vendidos.

En la version cinematográfica, Marlon Brando escenifica a un embajador en un país ficticio, donde el diplomático no consigue entender a un líder local (Eiji Okada) que procura demostrarle que la autodeterminación no equivale a marchar hacia el comunismo.  Ambos acaban enfrentados, resultado del simplismo del diplomático que ve la realidad solo en términos de blanco o negro.  Como Trump, cuando, sin ninguna corrección posterior, dijo que veía terroristas en los musulmanes o violadores en los mexicanos que cruzan la frontera.

No es fácil esperar que sus expresiones hayan sido solo balandronadas electorales pero medios infuyentes que lo adversaron han decidido darle la oportunidad de demostrar que en el ejercicio de la presidencia será distinto. ¿Será?

Un choque de oscurantismo

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Gran parte del mundo aún retiene la respiración para ver los efectos reales de la elección de Donald Trump. De inmediato, es cada día mayor la ansiedad por determinar el grado de oscurantismo que podría recaer sobre una administración cuyo jefe se ha manifestado contra casi todo lo forjado por y con Estados Unidos durante el pasado medio siglo. En ese amplio abanico de insatisfacciones ingresan desde la Alianza Atlántica con la que Estados Unidos ganó la Guerra Fría hasta los elogios del ahora presidente electo a Vladimir Putin y su rechazo a los tratados de libre comercio, en especial al NAFTA que coaliga el comercio de su país con México y Canadá. En el limbo han quedado las causas ecológicas que Estados Unidos abrazó, y los acuerdos contra la contaminación, incluso los programas en los que la participación financiera de Estados Unidos es esencial. Hasta el respaldo a la Organización de las Naciones Unidas (22% de su presupuesto) está en entredicho pues en algunos discursos el mandatario electo le restó utilidad.

Tras la aceptación con sobria dignidad del triunfo de su rival bajo el sistema de votos electorales, Hillary Clinton ha pasado a un segundo plano, pero con una estela de civismo ejemplar. Muchos dicen que reconocimiento de la vitoria de Trump el miércoles está entre los mejores mejores discursos de su larga carrera democrática y que con él dio un mensaje muy claro sobre cuál debe ser el comportamiento de un líder al perder una elección.  Lejos de reclamar una nueva elección, Clinton dijo a sus seguidores que le dolía haber perdido pero que Trump va a ser ¨nuestro presidente¨ y que debía dársele una mirada fresca. En una de sus frases más repetidas dijo: ¨Esta derrota duele, pero nunca dejemos de creer que vale la pena luchar por lo que es correcto¨.

América Latina estuvo fuera de los debates pre-electorales y no se espera que ingrese a áreas de interés para el nuevo gobernante, salvo casos muy especiales. Con México se avecina una pugna fuerte por la inmigración y el NAFTA, al que Trump responsabiliza por el decaimiento del empleo en algunos centros industriales. Esa visión luce para muchos economistas como de un simplismo extremo. No toma en cuenta que de ser producido en Estados Unidos, un refrigerador como el que produce México costaría dos o tres veces más. Tampoco cuantifica cuánto más deberían pagar los consumidores por defender el sello Made in USA versus el Made in China o Made in Brazil. El acceso al consumo que han tenido millones tiene un pilar fundamental en el libre comercio que apuntaló el progreso de las naciones en los útimos 50 años.

Dentro de la sombra gris que proyecta el resultado de la elección está también la relación con Cuba, que apenas empieza a florecer luego de un divorcio de más de medio siglo. Con la mirada más al sur, los observadores señalan que los gobiernos izquierdo-populistas de Venezuela, Ecuador y Bolivia, en ese orden, deberán moverse como si pisaran arenas calientes. Respecto a Colombia, señalan que Juan Manuel Santos deberá utilizar todo su buen juicio para mostrar que los acuerdos con la FARC son convenientes.

El asombro por la elección de Trump es equivalente a la decepción causada por la derrota de la candidata demócrata. Las manifestaciones callejeras que ocurrieron en las noches después de la elección en unas dos docenas de ciudades dice mucho del humor prevaleciente entre los ciudadanos ante los cambios en la brújula a la vuelta de la esquina.

El tabloid New York Post hizo notar el jueves que el Colegio Electoral deberá reunirse el 19 de diciembre en cada capital de estado y que, en teoría, nada impediría que un elector cambie de dirección.  Esto ya ocurrió este siglo, en 2004, cuando un elector declinó votar por el demócrata John Kerry y optó por su compañero de formula John Edwards.  En el lenguaje politico estadounidenses, a los defectores se los llama ¨faithless¨, sin fe o, más preciso, apóstatas. Las apostasías están prohibidas en solo 29 de los 50 estados de la union y el Post hizo notar que si un elector abdicase del candidato republicano bastarían otros 20 para mudar el curso de toda la elección.

La posibilidad luce remota pero es probable que la idea también ha martilleado la cabeza de las multitudes que han salido en manifestaciones nocturnas a protestar contra Trump.

El desenlace

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Una de las carreras presidenciales a la Casa Blanca más salvajes de las que se tenga memoria llega este martes a su fin. Gran parte de los sondeos hasta hoy vaticinan un triunfo de Hillary Clinton por estrecho margen, pero nadie se atrevería a apostar por el resultado de una carrera en la que la que gran parte de los ciudadanos de la más numerosa democracia del mundo ha sido persuadida por maquinarias propagandísticas implacables de que, en verdad, van a votar entre lo malo y lo peor.
En verdad, la credibilidad de las encuestas ha caído por un tobogán en todas partes. ¿Recuerdan que daban por seguro el rechazo británico a la salida de la Unión Europea? ¿O que el Sí a los acuerdos de paz en Colombia se impondría por amplia mayoría? ¿O que los bolivianos le garantizarían a Evo Morales una repetición que le permitiría gobernar hasta un cuarto de siglo contínuo? Pero a falta de otra referencia, solo las encuestas apoyan los vaticinios.  Pronto podrá verse cuán acertadas estuvieron.
Habrá que esperar hasta mucho más allá de esta medianoche para estimar con cierta aproximación el mundo que empezará a emerger a partir de mañana.
El problema mayor será el legado de estas elecciones. Nunca en 240 años de vida democrática la sociedad norteamericana vio su sistema tan desacreditado por el portaestandarte oficial de uno de los dos partidos con mayor representación. Donald Trump ha dicho que si la decisión del electorado fuese contraria sus pretensiones, habrá habido fraude y que no estaría dispuesto a reconocer la eventual victoria de su rival.
No es difícil anticipar el peligro que representa una posición así. El mundo estaría frente a un anuncio de rechazo radical a uno de los pilares más esenciales de la convivencia y de la vida democrática. Para los países aliados de Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial un triunfo de Trump sería una notificación de que el mundo que surgió después de la guerra llegó a su fin. Qué ocurrirá después de eso ni siquiera Trump lo ha explicado.
Solo en los días que vendrán será posible determinar el impacto de sus expresiones libidinosos sobre las mujeres, sus opinions desdeñosas sobre los inmigrantes, en especial los mejicanos y musulmanes, y falsedades injuriosas como la que Barack Obama no nació en Estados Unidos.
Para una carrera que muchos consideraban ganada por la candidata demócrata, Hillary Clinton llega a la última ronda lejos de las expectativas de un knock-out temprano. No consiguió despejar el lastre negativo dejado por su uso de servidores no oficiales para sus correos electrónicos mientras fue Secretaria de Estado ni consolidar su mensaje de que representa el mejor liderazgo para dirigir su país en un momento de grandes desafíos en todos los flancos. El resultado de meses de campaña y tres debates televisados es que su elección podría ser ¨menos peor¨ para la región. En cambio, en gran medida gracias a su rival republicano, la candidata demócrata puede estar segura de contar con una porción considerable de los votantes hispánicos, que suman más de 25 millones (un 17% de toda la población). Ese número podría darle la victoria.
Para la mayoría de los observadores, el cambio de comando puede resultar sensible para ciertos países de la region más que para otros. El tono de los debates y discursos de campaña ha subido tanto que quien asuma la Casa Blanca no podrá ignorar la retórica de anti-norteamericana sentida en la región en los últimos años.