Mes: enero 2007

Vuelta a Bolivia

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APUNTES DEL RE-ENTRONQUE

Los párrafos que siguen son apuntes rápidos al cabo de pocas semanas en Bolivia como observador de los acontecimientos del país.

Lo primero que llama mi atención es la frecuencia con que se habla del «dinamismo» de los procesos políticos en Bolivia. Hay que subrayar que en sociedades con fundamentos institucionales débiles, las experiencias transcurren con una rapidez mayor que en sociedades con bases institucionales sólidas. En las últimas, las experiencias tienden a ser procesadas con detenimiento y profundidad. En las primeras, las experiencias son más efímeras pues su debilidad les impide desmenuzarlas y examinarlas en cada una de sus peculiaridades. A causa de esa debilidad los procesos no son «asimilados» o metabolizados para formar parte del organismo social. Esto es clave para entender la realidad de tal supuesto dinamismo.

Por qué unas «procesan» las experiencias mejor que otras? Hay una respuesta fundamental: educación. Las sociedades desarrollan bases sólidas cuando sus componentes, especialmente sus dirigentes, están mejor preparados. Las experiencias pasan a través de todas las capas interesadas, que las discuten, debaten, extraen conclusiones y muestran sus objeciones y sus preferencias. Esos debates tienen lugar en los centros de estudio, en las organizaciones de todo nivel y, sobre todo, en los medios. Si éstos no favorecen el debate ni el análisis, o lo hacen superficialmente, ejercitan sólo a medias el papel específico de su existencia. Pero los medios son un reflejo de la sociedad en la que actúan. Entonces, por dónde romper este círculo? No hay educación, no hay cómo forjar instituciones sólidas; no hay instituciones sólidas y toda la construcción del estado es frágil y colapsa con facilidad..

Por eso en Bolivia suele ocurrir que un año transcurre como un mes. Es uno de los países donde los gobiernos se agotan más prematuramente y por lo general acaban en una vorágine de violencia. No es casual que en cuatro años Bolivia hubiese tenido a Sánchez de Lozada, Carlos Mesa, Eduardo Rodríguez y, ahora, Evo Morales. Chile y Uruguay fueron los últimos en caer en la sombra de las dictaduras militares en los años de 1970. No es casual que hubiesen sido los países con instituciones más sólidas en el continente y su población gozaba (y aún goza) de niveles de educación envidiables para sus vecinos en la región. Una vez me dijeron que la debilidad institucional se expresaba en que era más fácil convencer de dar un golpe de estado a un militar boliviano que a un chileno o un uruguayo.

En estos tiempos el gobierno de Morales quiere imponer una constitución a su imagen y semejanza, dicen sus opositores, pero lo cierto es que la mayoría aún desconoce el proyecto constituyente del mandatario indio. Lo apoya, teóricamente, poco más de una mitad de los bolivianos. Pero también hay un poco menos de la mitad que le ha negado apoyo. Bastan pocos puntos porcentuales para convertir ese apoyo mayoritario en rechazo mayoritario. Si no entiende esta simple matemática, si no actúa para ganarse a los sectores que lo ven con un recelo que, basado en algunos detalles parece razonablemente justificado, su desgaste será tan acelerado como el de sus antecesores inmediatos: el lado de los que no lo apoyan tenderá a crecer, pronto tendrá la marea en contra, y no seria raro que los bolivianos en poco tiempo más tengan que designar nuevas autoridades (en la hipótesis más benigna).

A la reversión de la marea que lo llevó a ser presidente con casi el 54% de los votos, contribuye el torbellino de contradicciones o de indisimulada parcialidad nociva para su imagen de mandatario nacional en el que con frecuencia se hunde. Resulta que en Cochabamba, en el más reciente ciclo de violencia, hubo por lo menos dos víctimas. Morales sólo habló de investigar y castigar la muerte de un dirigente cocalero, pero no la del estudiante acuchillado y estrangulado, lo cual exhibe la doblez y parcialidad que le atribuyen sus adversarios. Como cuando ataca a la Iglesia Católica y luego se aproxima a sus obispos para apagar incendios provocados por el propio gobierno o por sus seguidores; o cuando gestiona concesiones comerciales de Estados Unidos e impone visa a los estadounidenses que quieran visitar Bolivia sin siquiera evaluar los daños que eso puede provocar a miles de familias que dependen de la industria turística. O como cuando, hace sólo unos días, ante sus colegas sudamericanos exhibe un torpe desconocimiento de la realidad colombiana, no consigue articular ningún concepto claro y provoca una elegante y demoledora respuesta de su colega Alvaro Uribe. (Poco he leído en Bolivia sobre este episodio, uno de los peores gaffes de la diplomacia boliviana en los últimos tiempos). En menos de un año, ya perdió la credibilidad de cuatro regiones –y tal vez de cinco, si se incluye a Cochabamba. Muy pocos son los líderes capaces de perder tanto en tan poco tiempo y sobrevivir hasta cumplir el mandato para el que fueron elegidos. A estas alturas, llegar a fin de año con el gobierno intacto parece un espejismo. Verlo cumplir cinco años luce como una fantasía. El cambio reciente de ministros puede ser el inicio de una inflexión hacia maneras menos controvertidas de gobernar, pero nada parece hasta ahora abonar esa expectativa.

Tal vez nunca como con Morales Bolivia tuvo la oportunidad de tener al mundo de su lado para respaldar grandes tareas transformadoras. En educación, por ejemplo, el área crítica de Bolivia desde la cual se puede apuntalar sólidamente la institucionalidad, Morales pudo convocar a una gran cruzada para programas de educación universal intensiva, para el mejoramiento de la formación de maestros, para acelerar el acceso de millones al Siglo 21. Pudo haber sido un movimiento motivador a lo largo y ancho de toda la sociedad boliviana. UNESCO, naciones vecinas, España y toda la Comunidad Europea, México y Estados Unidos, todos habrían visto con simpatía una cruzada semejante y la habrían apoyado. Bolivia podría haber puesto el pie en el acelerador para cumplir las Metas del Milenio fijadas para al 2015 y haberse efectivamente ubicado en el camino del cambio. Pero Morales perdió el tren de la simpatía universal que causó su advenimiento como el primer presidente indio de América del Sur. En vez de mirar al futuro él y su entorno se preocuparon en retrotraer el reloj al 11 de octubre de 1492, alimentar resentimientos atávicos y propugnar tonterías como la de revolucionar el desayuno escolar y suprimir la leche por mate de coca con la disparatada afirmación de que los indígenas vivían cientos de años en base a esa dieta fabulosa (nadie se preocupó en preguntarle al ministro que lanzó la iniciativa por qué el promedio de vida en el agro boliviano no llegaba, hasta no hace mucho tiempo, a los cincuenta años o si era capaz de demostrar documentalmente cuánto vivieron sus propios padres.)

He intentado, en las cuatro semanas que llevo procurando entroncarme (en el buen sentido) en Bolivia, entender a Morales para así entender mejor lo que ocurre en mi país al cabo de 26 años de ausencia profesional. He quedado frecuentemente perplejo ante los desplazamientos zigzagueantes del responsable de las riendas del país. He concluido que intentar entenderlo desde mi lógica es dar un paso en falso. Morales es errático –para mi punto de vista- por naturaleza. Esto no implica un juicio de valor sino el reconocimiento de una realidad con la cual es necesario aprender a lidiar.

La oposición política tampoco ha contribuido a aclarar el horizonte ni a enriquecer cualquier debate, pues parece incapaz de entender que en Bolivia ha ocurrido un movimiento tectónico descomunal. Todas las marcas orientadoras previas sucumben ante la magnitud del cambio político que se ha operado. La historia política de Bolivia parece ahora escindida entre antes y después de la llegada de un indio al gobierno como lo fue entre antes y después de la revolución de1952.

Se destaca a favor del gobierno la percepción de que es honesto en el manejo de los recursos públicos. No he leído ni creo que se ha sabido de negocios ilícitos ni de la aparición inexplicada de fortunas de la noche a la mañana. En estos días hay un ex ministro preso y dos parientes muy próximos de un ex presidente han sido convocados por un juez para aclarar si tuvieron participación en un caso ostensible de desvío de dineros públicos. Todo esto constituye un punto muy importante al cabo de una tradición de cinismo y deshonestidad de los políticos en general. En lo económico ha sido sensato al no tocar los fundamentos macroeconómicos. En eso ha sido ayudado por el ascenso de los ingresos petroleros gracias a una nacionalización cuyo mayor pecado fue su forma envalentonada, que puede haber provocado un descalabro en las relaciones a largo plazo con Brasil además de poner en jaque nuevas inversiones de la magnitud que requiere la industrialización del gas sobre el que yace, por ahora, el destino económico de Bolivia.

* Harold Olmos, recientemente de vuelta a Bolivia tras más de 26 años en el exterior, ha sido director de la Associated Press en Venezuela y en Brasil.

De vuelta en Bolivia

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APUNTES DEL RE-ENTRONQUE

Los párrafos que siguen son apuntes rápidos al cabo de pocas semanas en Bolivia como observador de los acontecimientos del país.

Lo primero que llama mi atención es la frecuencia con que se habla del «dinamismo» de los procesos políticos en Bolivia. Hay que subrayar que en sociedades con fundamentos institucionales débiles, las experiencias transcurren con una rapidez mayor que en sociedades con bases institucionales sólidas. En las últimas, las experiencias tienden a ser procesadas con detenimiento y profundidad. En las primeras, las experiencias son más efímeras pues su debilidad les impide desmenuzarlas y examinarlas en cada una de sus peculiaridades. A causa de esa debilidad los procesos no son «asimilados» o metabolizados para formar parte del organismo social. Esto es clave para entender la realidad de tal supuesto dinamismo.

Por qué unas «procesan» las experiencias mejor que otras? Hay una respuesta fundamental: educación. Las sociedades desarrollan bases sólidas cuando sus componentes, especialmente sus dirigentes, están mejor preparados. Las experiencias pasan a través de todas las capas interesadas, que las discuten, debaten, extraen conclusiones y muestran sus objeciones y sus preferencias. Esos debates tienen lugar en los centros de estudio, en las organizaciones de todo nivel y, sobre todo, en los medios. Si éstos no favorecen el debate ni el análisis, o lo hacen superficialmente, ejercitan sólo a medias el papel específico de su existencia. Pero los medios son un reflejo de la sociedad en la que actúan. Entonces, por dónde romper este círculo? No hay educación, no hay cómo forjar instituciones sólidas; no hay instituciones sólidas y toda la construcción del estado es frágil y colapsa con facilidad..

Por eso en Bolivia suele ocurrir que un año transcurre como un mes. Es uno de los países donde los gobiernos se agotan más prematuramente y por lo general acaban en una vorágine de violencia. No es casual que en cuatro años Bolivia hubiese tenido a Sánchez de Lozada, Carlos Mesa, Eduardo Rodríguez y, ahora, Evo Morales. Chile y Uruguay fueron los últimos en caer en la sombra de las dictaduras militares en los años de 1970. No es casual que hubiesen sido los países con instituciones más sólidas en el continente y su población gozaba (y aún goza) de niveles de educación envidiables para sus vecinos en la región. Una vez me dijeron que la debilidad institucional se expresaba en que era más fácil convencer de dar un golpe de estado a un militar boliviano que a un chileno o un uruguayo.

En estos tiempos el gobierno de Morales quiere imponer una constitución a su imagen y semejanza, dicen sus opositores, pero lo cierto es que la mayoría aún desconoce el proyecto constituyente del mandatario indio. Lo apoya, teóricamente, poco más de una mitad de los bolivianos. Pero también hay un poco menos de la mitad que le ha negado apoyo. Bastan pocos puntos porcentuales para convertir ese apoyo mayoritario en rechazo mayoritario. Si no entiende esta simple matemática, si no actúa para ganarse a los sectores que lo ven con un recelo que, basado en algunos detalles parece razonablemente justificado, su desgaste será tan acelerado como el de sus antecesores inmediatos: el lado de los que no lo apoyan tenderá a crecer, pronto tendrá la marea en contra, y no seria raro que los bolivianos en poco tiempo más tengan que designar nuevas autoridades (en la hipótesis más benigna).

A la reversión de la marea que lo llevó a ser presidente con casi el 54% de los votos, contribuye el torbellino de contradicciones o de indisimulada parcialidad nociva para su imagen de mandatario nacional en el que con frecuencia se hunde. Resulta que en Cochabamba, en el más reciente ciclo de violencia, hubo por lo menos dos víctimas. Morales sólo habló de investigar y castigar la muerte de un dirigente cocalero, pero no la del estudiante acuchillado y estrangulado, lo cual exhibe la doblez y parcialidad que le atribuyen sus adversarios. Como cuando ataca a la Iglesia Católica y luego se aproxima a sus obispos para apagar incendios provocados por el propio gobierno o por sus seguidores; o cuando gestiona concesiones comerciales de Estados Unidos e impone visa a los estadounidenses que quieran visitar Bolivia sin siquiera evaluar los daños que eso puede provocar a miles de familias que dependen de la industria turística. O como cuando, hace sólo unos días, ante sus colegas sudamericanos exhibe un torpe desconocimiento de la realidad colombiana, no consigue articular ningún concepto claro y provoca una elegante y demoledora respuesta de su colega Alvaro Uribe. (Poco he leído en Bolivia sobre este episodio, uno de los peores gaffes de la diplomacia boliviana en los últimos tiempos). En menos de un año, ya perdió la credibilidad de cuatro regiones –y tal vez de cinco, si se incluye a Cochabamba. Muy pocos son los líderes capaces de perder tanto en tan poco tiempo y sobrevivir hasta cumplir el mandato para el que fueron elegidos. A estas alturas, llegar a fin de año con el gobierno intacto parece un espejismo. Verlo cumplir cinco años luce como una fantasía. El cambio reciente de ministros puede ser el inicio de una inflexión hacia maneras menos controvertidas de gobernar, pero nada parece hasta ahora abonar esa expectativa.

Tal vez nunca como con Morales Bolivia tuvo la oportunidad de tener al mundo de su lado para respaldar grandes tareas transformadoras. En educación, por ejemplo, el área crítica de Bolivia desde la cual se puede apuntalar sólidamente la institucionalidad, Morales pudo convocar a una gran cruzada para programas de educación universal intensiva, para el mejoramiento de la formación de maestros, para acelerar el acceso de millones al Siglo 21. Pudo haber sido un movimiento motivador a lo largo y ancho de toda la sociedad boliviana. UNESCO, naciones vecinas, España y toda la Comunidad Europea, México y Estados Unidos, todos habrían visto con simpatía una cruzada semejante y la habrían apoyado. Bolivia podría haber puesto el pie en el acelerador para cumplir las Metas del Milenio fijadas para al 2015 y haberse efectivamente ubicado en el camino del cambio. Pero Morales perdió el tren de la simpatía universal que causó su advenimiento como el primer presidente indio de América del Sur. En vez de mirar al futuro él y su entorno se preocuparon en retrotraer el reloj al 11 de octubre de 1492, alimentar resentimientos atávicos y propugnar tonterías como la de revolucionar el desayuno escolar y suprimir la leche por mate de coca con la disparatada afirmación de que los indígenas vivían cientos de años en base a esa dieta fabulosa (nadie se preocupó en preguntarle al ministro que lanzó la iniciativa por qué el promedio de vida en el agro boliviano no llegaba, hasta no hace mucho tiempo, a los cincuenta años o si era capaz de demostrar documentalmente cuánto vivieron sus propios padres.)

He intentado, en las cuatro semanas que llevo procurando entroncarme (en el buen sentido) en Bolivia, entender a Morales para así entender mejor lo que ocurre en mi país al cabo de 26 años de ausencia profesional. He quedado frecuentemente perplejo ante los desplazamientos zigzagueantes del responsable de las riendas del país. He concluido que intentar entenderlo desde mi lógica es dar un paso en falso. Morales es errático –para mi punto de vista- por naturaleza. Esto no implica un juicio de valor sino el reconocimiento de una realidad con la cual es necesario aprender a lidiar.

La oposición política tampoco ha contribuido a aclarar el horizonte ni a enriquecer cualquier debate, pues parece incapaz de entender que en Bolivia ha ocurrido un movimiento tectónico descomunal. Todas las marcas orientadoras previas sucumben ante la magnitud del cambio político que se ha operado. La historia política de Bolivia parece ahora escindida entre antes y después de la llegada de un indio al gobierno como lo fue entre antes y después de la revolución de1952.

Se destaca a favor del gobierno la percepción de que es honesto en el manejo de los recursos públicos. No he leído ni creo que se ha sabido de negocios ilícitos ni de la aparición inexplicada de fortunas de la noche a la mañana. En estos días hay un ex ministro preso y dos parientes muy próximos de un ex presidente han sido convocados por un juez para aclarar si tuvieron participación en un caso ostensible de desvío de dineros públicos. Todo esto constituye un punto muy importante al cabo de una tradición de cinismo y deshonestidad de los políticos en general. En lo económico ha sido sensato al no tocar los fundamentos macroeconómicos. En eso ha sido ayudado por el ascenso de los ingresos petroleros gracias a una nacionalización cuyo mayor pecado fue su forma envalentonada, que puede haber provocado un descalabro en las relaciones a largo plazo con Brasil además de poner en jaque nuevas inversiones de la magnitud que requiere la industrialización del gas sobre el que yace, por ahora, el destino económico de Bolivia.

* Harold Olmos, recientemente de vuelta a Bolivia tras más de 26 años en el exterior, ha sido director de la Associated Press en Venezuela y en Brasil.